Mi experiencia Vipassana

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Mi experiencia Vipassana

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Curso de meditación de 10 días en una residencia de Santa María de Palautordera. Siguiendo una serie de normas: no hablar con nadie (ni hacer gestos) hasta el décimo día, ningún contacto con el exterior (sin móvil, libros, Internet, TV…), levantarse a las 4h de la madrugada, comida vegetariana, hombres y mujeres segregados, 11 horas al día de meditación, prohibido mentir, robar, matar cualquier animal, el sexo y el alcohol. Es un curso gratuito financiado por las donaciones voluntarias de los antiguos estudiantes.

Llegada el día antes de empezar: nos reunimos todos los participantes del curso. 30 hombres y 30 mujeres. Podemos hablar antes de que empiece el curso. Gente de muchas partes del mundo: Escocia, Finlandia, Estados Unidos, Luxemburgo, Francia, Alemania, Argentina, Perú, San Sebastián, Ibiza, Córdoba, Cádiz, Barcelona… Tengo la sensación de encontrarme dentro de una especie de Gran Hermano, o al inicio de una película en donde se van caracterizando los diferentes protagonistas.

En el grupo hay personas que llevan muchos años meditando, otros de iniciados y alguno, como yo, que ha ido a probar la experiencia. Somos pocos los que no hemos meditado nunca y no sabemos lo que es. Lo comento y algunos me miran extrañados: “Pues empiezas fuerte, ¿eh?”. Entiendo que va a ser una experiencia dura. Alguno de los que repite explica que en cada curso hay alguien que abandona. “A ver si soy yo uno de estos”, comento para sacarme presión, pero en el fondo sé que voy a aguantar todos los días. Entramos en la primera sesión de meditación y empieza el “noble silencio”.

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Primer día: empezamos a las 4:30. Sentados encima de un cojín, se trata de focalizar toda la atención en la respiración, en cómo entra y sale el aire de las fosas nasales. No me puedo concentrar más de 5 segundos seguidos. Me vienen a la mente pensamientos e historias y siento ansiedad por no poder desconectar y concentrarme, y por no poder explicar lo que me pasa a nadie. Afloran preocupaciones del pasado y expectativas, deseos y proyecciones de futuro que me impiden concentrar en la respiración. Pienso que no estamos acostumbrados a estar mucho rato en un ambiente sin estímulos y en donde solo estamos con nosotros mismos.

No es fácil mantenerse en la misma postura y empiezan los dolores de espalda y lumbares. Pienso que me tendría que haber preparado mejor y no haber jugado a pádel el día antes de empezar, ya que tengo las lumbares destrozadas.

Me ha tocado dormir en la litera de arriba. Tengo una araña con su tela en el techo, a poca distancia de los pies. “Prohibido matar a cualquier ser vivo”. Mi compañero de litera es de Barcelona. Tan solo nos presentamos el primer día. Noto por pequeños detalles que es una persona muy nerviosa y eso me irrita. Me voy haciendo una imagen de cómo es él y de su vida. No me siento conectado a esa persona, pero este sentimiento irá cambiando a lo largo de los días.

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Segundo día: el cuerpo se rebela por los cambios que está sufriendo y todo me duele. La mente también se rebela y me vienen a la cabezas excusas para huir. “¿Dónde cojones me he metido?”. El último día, hablando con los compañeros observo que les ha pasado lo mismo. Al cabo de los días reflexiono y entiendo que se trata de un mecanismo de defensa, ya que el cuerpo y la mente entienden que los cambios que les han sacado de su zona de confort ponen en peligro su integridad, y dan señales para que las cosas vuelvan a ser como antes.

En la sala de meditación no puedo evitar abrir los ojos de vez en cuando para observar a los compañeros. No tendría que ser así pero se establece una especie de competencia entre nosotros para ver cómo aguanta cada uno las sesiones. El último día algunos compañeros comentan que con el sonido del caminar ya sabían quién abandonaba la sala. Phil, el compañero escocés de unos 40 años que tengo a mi derecha, parece una estatua y aguanta inmóvil todas las horas en la sala. Esto me provoca admiración y me motiva para seguir aguantando los dolores.

Pienso que tengo alguna contractura seria en la espalda, pero admito que me reconforta ver como los compañeros deben estar pasando lo mismo que yo, ya que no paran de hacer estiramientos. Esta noche sueño que voy al masajista.

Tercer día: noto como cada vez tengo más capacidad de concentración. Ya no me vienen a la cabeza pensamientos intrusivos y me puedo focalizar completamente en la respiración. Ni durante las horas de descanso mi mente viaja hacia el pasado o el futuro. Es como si fuera incapaz de centrarme en nada más que el presente y esto me sorprende.

Durante un descanso se sienten unos sollozos de un compañero, pero nadie dice nada. Es el chico de Luxemburgo, y más tarde le veo hablando con el responsable del grupo. A la hora del almuerzo lo tengo cerca y se ríe solo. Echa un eructo que todo el mundo oye, pero nadie reacciona. El día siguiente lo veo caminando descalzo por el jardín y persiguiendo pájaros. Pienso que se le ha ido la olla, pero al final aguanta todos los días como todo el grupo. El último día puedo hablar con él y ciertamente se trata de una persona muy curiosa y expresiva. Puede que su comportamiento fuera el fruto de una necesidad de expresar y compartir emociones. Gracias a esta anécdota entiendo la norma de no podernos comunicar con nadie, porque su imagen persiguiendo pájaros me dificulta la concentración durante las meditaciones.

Cuarto día: empieza la instrucción en la técnica vipassana. Se trata de observar las diferentes sensaciones del cuerpo siguiendo cierto orden, sin interpretarlas o juzgarlas como agradables o desagradables. Ecuanimidad, es decir, experimentar las sensaciones sin reaccionar a ellas con ningún pensamiento, sentimiento o emoción. Si surgen pensamientos se tienen que dejar ir, aceptándolos sin caer en la frustración. En resumen, la enseñanza consiste en diferenciar entre la sensación corporal, por un lado, y la valoración que hace la mente de esta sensación como algo positivo o negativo, por el otro lado. Considero que se trata de una explicación con base científica, y lo relaciono con la hipótesis del marcador somático de Damasio que se estudia en el grado de psicología.

Gracias a la técnica consigo estar intensamente concentrado. Me focalizo en el dolor de espalda y consigo sentirlo sin reaccionar y experimentar sufrimiento. Cuando acaba la sesión siento alegría por haber podido romper por unas horas con este patrón mental inconsciente. Pienso que esta sería una gran herramienta para los que practican deportes de resistencia.

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Antes de ir a dormir nos pasan un discurso sobre la filosofía budista. Para el budismo la desdicha es fruto del apego que tenemos hacia las experiencias agradables y la aversión que tenemos a las desagradables, cosa que nos genera sufrimiento y nos impide aceptar y vivir el momento tal y como es. Estas experiencias nos provocan sensaciones en el cuerpo, que la mente valora como positivas o negativas de forma inconsciente. Con la práctica de la técnica lo que se pretende es romper este patrón mental, con el objetivo de no rechazar ni desear sensaciones o experiencias y aceptarlas tal y como son. Es decir, no reaccionar con apego ante las situaciones agradables, ni con aversión ante las desagradables, y ser conscientes de su impermanencia.

Quinto día: no he podido dormir en toda la noche. El ronquido de los compañeros se ha metido dentro del cerebro y me ha sido imposible. Mientras tanto reflexiono cómo ha sido posible que a lo largo de la evolución no haya desaparecido una cosa que no sirve para nada, solo para “dar por saco” y no dejar dormir a los que se encuentren cerca. El día siguiente lo primero que hago cuando veo al responsable del grupo es pedirle unos tapones.

Empiezan las sesiones de “firme determinación”. Se trata de 3 sesiones al día de una hora de duración cada una, en las que nos tenemos que mantener inmóviles, sin abrir los ojos, piernas o brazos. El objetivo es fortalecer la concentración y la fuerza de voluntad. La primera sesión es una tortura para mí. Los segundos son minutos y los minutos, horas. He desayunado demasiado y eso me pasa factura (ya nos habían avisado). Pero con sudor y sufrimiento consigo acabar la hora sin moverme.

Hasta el noveno día: los días pasan lentamente. A lo largo de las sesiones de meditación la mente se va volviendo más sensible y es capaz de experimentar sensaciones que antes no podía. Descubro que tengo más sensibilidad en mi parte derecha del cuerpo. En las sesiones de “firme determinación” me puedo concentrar intensamente y en algunas tengo la sensación de poder aguantar horas y horas inmóvil sin sufrir. Los últimos días la espalda está mejor y por esta razón por la mañana tengo problemas para concentrarme, porque me acecha el sueño mientras medito.

Todas las tardes nos pasan discursos sobre la filosofía budista y la vida de Buda. Los discursos son muy críticos con el resto de religiones por el hecho de tener estructura, liturgia y dogmas. De hecho, ante mi sorpresa, las tratan de sectas, ya que te obligan a seguir sus dogmas para conseguir la salvación. En este caso pienso que se cumple aquello de “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”. Si uno intenta ser objetivo es fácil observar como el budismo también tiene dogmas (aunque menos) ya que, si no se siguen, tampoco se puede llegar a la iluminación. “Abstenerse de matar cualquier ser vivo”, “Abstenerse de tomar cualquier tipo de intoxicante” (¿qué es un intoxicante? El veneno está en la dosis), “Abstenerse de decir mentiras” (¿ni piadosas?), “Abstenerse de mantener una conducta sexual inadecuada” (¿qué es una conducta sexual inadecuada?). Igualmente, hay discursos que hablan de la vida de Buda como si tratara de hechos históricos. En cambio, hay otros discursos que encuentro muy positivos ya que defienden el centrarse en uno mismo. Ante los problemas tendimos a buscar las causas de ellos fuera de nosotros, y esto nos impide entender nuestras debilidades y crecer.

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Durante los descansos camino por el jardín o me estiro en la cama. Casi siempre que me estiro me acabo durmiendo, y en dos ocasiones me pasa una cosa que no recuerdo que me hubiera pasado nunca. Tengo un sueño que es gracioso y me despierto riendo. Lo interpreto como la manifestación de una necesidad de expresar emociones, después de tantos días sin poderlo hacer.

Décimo día: a las 10 de la mañana acaba el “noble silencio”. Hay unas ganas enormes de hablar con los compañeros y compartir las vivencias. Este día los conozco más a fondo y los motivos que les ha llevado a hacer el curso. Hay personas muy metidas dentro del mundo de la meditación, otras con un espíritu más práctico, y otras que tienen problemas personales y el curso les sirve de motivación para volver a empezar de cero.

Todos estos días me he formado una imagen de cómo son los compañeros. En algunos veo que mi idea era acertada, pero hay otros que son diferentes de lo que me pensaba. Un compañero me dice que se pensaba que yo era deportista de algún tipo de arte marcial, por la disciplina con la que me veía. Me sorprende que me viera tan disciplinado.

Mi compañero de litera me explica un poco su vida y es complicada, tal y como me imaginaba. Está separado, tiene hijos en diferentes ciudades, una empresa fallida… Durante todos estos días le he cogido aprecio, aunque no nos hayamos comunicado. Quizás porqué intuía su situación.

El chico más gracioso del grupo vino desde Cádiz. Empezó el viaje a pie y haciendo autostop, y acabó llegando con una bicicleta que se encontró o que le dieron. Ahora pregunta cómo ir hacia el País Vasco. Su manera de vivir es totalmente diferente a la de la mayoría de nosotros, que buscamos seguridad en todo aquello que hacemos. Pero quizás esto nos impida vivir la vida más intensamente tal y como él hace.

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Entre los compañeros coincidimos en algunas cosas. Una de ellas es en la gran cantidad de sueños que hemos tenidos estos días. Hay un psicoanalista en el grupo que no da abasto intentando interpretarlos. La mayoría de compañeros también ha sufrido de insomnio. Incluso hay una persona que dice que se ha pasado 5 noches en blanco y que las demás tampoco ha dormido bien. No sé si sentirme afortunado.

Continúan las sesiones de meditación, pero se hace muy difícil concentrarse después de haber compartido tantas historias. Empiezan a aparecer las ganas de volver a casa.

Nos pasamos todo el día hablando hasta tarde por la noche. El día siguiente hay caras de alegría por haber vivido la experiencia y para volver con la familia. De todas formas, antes tendremos que limpiar las instalaciones. Al acabar recupero el móvil, la tarjeta de débito y las llaves del coche. Es como el símbolo de volver a la vida moderna después de un paréntesis de 10 días.

Si has llegado hasta aquí y te han surgido ganas de vivir la experiencia, olvida todo lo que has leído y vívela a tu manera sin que mi vivencia te condicione.